viernes, 8 de julio de 2022


 

                                                  UNA TENUE SONRISA PARISINA. 


     Cada mañana instala su negocio en la parte más alta de Montmartre, a los pies del Sagrado Corazón. No consiste en poner sobre una manta postales, abalorios, recuerdos fabricados en latón que quieren parecer, en todos los tamaños, la eterna y repetida torre Eiffel de un dudoso dorado.

     Él se ocupa en mascotas y sonrisas; confecciona minúsculos perritos que le vende a los niños que se acercan, atraídos tanto por las pequeñas formas divertidas, como por la alegría de su voz.

      Les saluda educado, cariñoso; les pregunta su nombre y el color que les gusta, dentro del arco iris de lanas que lo envuelve,  y, mientras ágilmente les va dando la forma -las patitas traseras, el cuerpo, las orejas...-, charla con sus clientes, con tanta seriedad que les hace sentirse casi como si fueran personas importantes que hablaran de negocios.

      Termina su perrito, se lo entrega con una leve inclinación de  cabeza, ceremoniosamente divertida; mientras cobra, le da las gracias, y el chiquillo se va feliz con su mascota de colores; el hombre saluda al siguiente diminuto cliente que ya espera, y vuelta a empezar.

      Estuve mucho tiempo contemplando la escena repetida, peculiar; el hombre sonreía, charlaba con los niños, les mostraba el proceso para confeccionar los divertidos chuchos entrañables. Me limité a observar, atenta, pensativa...; me sentía totalmente incapaz de encontrarle un tinte divertido a esos momentos cuando aprecié la dignidad con la que encajaba la ausencia de sus piernas, y aquel disimulado gesto de dolor cuando, como sin hacer nada y a escondidas, masajeaba sus dedos retorcidos y agotados, gastados por el esfuerzo y por la edad.

      Si algún día te pasas por Montmartre, y llegas al Sagrado Corazón, llévale de mi parte esta sonrisa muda al viejo charlatán que fabrica perritos de colores; y dale mi respeto impresionado, porque sabe lograr que la luz de unos ojos infantiles se cuelen en el alma adormecida de cualquier espectador errante y solitario.

                                                                                                                         F.D.F.

                                                  

    

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