jueves, 11 de noviembre de 2021


 

Ella intentó volar 

cuando estaba en la cuna

y, desde muy temprano,

en lugar de jugar con muñecas,

se aplicó a la tarea de reunir los pedazos

de sus pequeñas alas,

deshojadas mil veces de formas muy distintas,

pero a cual más atroz.

 

Por eso tuvo claro 

-aunque a veces el túnel

se estrechaba hasta ahogarla-

que jamás dejaría de buscar lo imposible,

ni rendirse a las normas de la mediocridad:

descifrar el misterio de la luz reflejada

en las gotas de agua,

descongelar la risa de unos labios desiertos,

dibujar el destino con colores tan claros

que crecieran sin sombra,

escalar a la cima de cualquier horizonte…

 

Nunca quiso pararse en la esquina del mundo,

ni dormirse sin sueño, ni firmar un contrato,

ni mirar el reloj de las gentes que llevan

un enorme vacío por detrás de los ojos;

ni llenar la mochila con la ropa doblada,

ni fichar a las ocho…

 

Pero sus vuelos fueron cortos.

Sus alas remendadas no llegaban muy alto;

luchó con lo insufrible, hasta que un día se rindió.

 

Y se quedó varada al borde del camino,

mirando aquel montón de cenizas

que antes fueron sus alas.

Soñó con que la muerte viniera y la llevara

a mundos más lejanos,

en donde la esperanza

le aportara otra luz.

 

Aún sigue allí sentada

pero, de vez en cuando mueve

sus manos y su empeño, intentando amasar

otras alas mejores,

para así renacer –igual que un ave fénix-,

remontarse, y volar.

                                                 F.D.F.