El día que me vaya
-no importa si temprano-,
habré plantado un árbol de caricias
como ramas azules
que penden de tus manos
impacientes,
audaces,
sedientas de tocar las geografías
que pasan por tu lado,
y agostas con el sol del mediodía.
El día que me vaya
-sin preocuparme del destino-,
verás que, en lo profundo de tu mente,
te habré escrito ese libro
desde donde se nutren
la sensibilidad de tus ideas,
las palabras
de amor
que pintas camuflado y escondido,
mimando cada frase
con el gusto exquisito de lo ambiguo.
El día que me vaya
-da igual por qué camino-
habré parido un hijo en tu sonrisa,
en ese brillo alado
del fondo de tus ojos,
en la fase
del sueño
donde guardas, recóndito, el pasado,
lo mismo que un tesoro
que se perdió en el mar y has olvidado.
El día que me vaya
me habré quedado en ti,
aunque te cueste confesarlo.
F.D.F.